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¿Quién es en este mundo realmente maduro para explicar lo que sentimos? ¿Quién ha alcanzado la sabiduría suficiente para desdoblar nuestros sentimientos e intentar comprenderlos? ¿Quién puede atravesar nuestra alma con la misma facilidad con que la luz traspasa un ventanal abierto, con que el viento hace bailar a las hojas de los árboles una tarde de verano, con que un ave levanta vuelo? La respuesta es tan simple como estos actos: nosotros mismos.